"Como que usted fuera en la Ruta 23 para San Ramón, con las rodillas en las costillas del de adelante, Si a eso solo le faltan que lleve gente parada y que los canastos se tiren en el pasillo", Es mi maestra de Inglés, la que comenta su última experiencia en una línea aérea de los salvadoreños.
Se queja del servicio, de los horarios, pero sobre todo de la ausencia de comodidad y del mal servicio. Eran años de guerra, años en los que la línea era reina y dueña de cielos y tierra de Comalapa. Años en los que lo que más abundaba eran salvadoreños moviéndose con visa hacia México (para llegar a pie más al Norte) y los que habían logrado legalizar ya en el Norte, llegando a visitar para agosto, Semana Santa, Navidad, fiestas patronales de sus pueblos, repletos de maletas (por las que pagaban extra, ya que ese es el negocio).
También la utilizaban, los que, con suerte, no se desvelaron en vano y lograron visa para un sueño, luego de estar desde las primeras horas del día o de las últimas de la noche anterior, haciendo cola en el portón de la embajada.
No era necesario la atención al cliente ¿para qué? si clientes es lo que más abundaba. Con esa empresa pasaba lo que pasa con los trabajos de nivel básico hoy: "¡¡Que se vaya, 100 van a venir a hacer cola para que los contratemos!!" y hombre, no hay que despreciar el patrioterismo que tan bien funciona en países tercermundistas. "Si la siento mía, la defiendo", así es que había que hacerla de los salvadoreños.
Pero es que con esa empresa pasó lo que pasa con los niños muy mimados, de tanto contemplarle y tratarle con paños finos y algodonados, terminan convirtiéndose en malcriados y abusivos. Era la negación del capitalismo: cero competencia, tolerancia fiscal extremada, encima no existía defensoría del consumidor, que ahora al menos le piden la factura como consuelo... en fín, el ideal del capital extremista: ingresos, ingresos, ingresos, egresos al mínimo y total control en aire y tierra. Pero la clave de todo era el patrioterismo, es que no hay nada como lo propio, lo mío ¿verdad?
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