En El Salvador de mi infancia-adolescencia, todo el que quisiera estudiar nivel superior al bachillerato en el interior del país debía moverse del pueblo en que estudió; si el estudio era técnico a Santa Tecla o San Salvador y si era universitario a San Salvador, o los primeros años Santa Ana o San Miguel y luego a San Salvador, si era militar a San Salvador, si agronomía a la Escuela Nacional de Agronomía en el Valle de San Andrés. para avanzar, había que salir del pueblo.
Eso generó un nivel de pobreza más zonificado, pero ese análisis es de otro post, el presente es para la nostalgia (Pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos).
Nací en Santa Ana y estuve allí hasta finalizar el bachillerato, luego hube de venir al Tecnológico de San Salvador y luego de seis meses de búsqueda de trabajo, me quedé definitivamente en Santa Tecla.
Mi pueblo, me gusta recordarla como lo hacen* Claribel Alegría y Darwin Flakol en "Cenizas de Izalco", un libro que leí en bachillerato:
“Santa Ana es pequeña. Se extiende desde la iglesia de Santa Lucía donde la tosca virgen de piedra ofrece sus ojos -dos huevos fritos en una sartén-, a los vagos del parque de enfrente, hasta la ceiba de raíces nudosas, de tronco de pata de elefante gigantesco, de ramas como árboles horizontales que abrigan a las vendedoras de pupusas de faldas amplias y blusas escotadas. Y va más allá. Se extiende hasta la puerta del cuartel, donde el centinela libra su batalla inmóvil contra el sueño, y el coronel, cogiéndose las manos por detrás, le frunce las cejas a su enemigo sutil; el polvo que se atreve a opacar el brillo de sus botas.
En la otra dirección, Santa Ana se extiende desde el cruce de ferrocarril (Pare, Mire, Oiga), desde el camino que viene de Chalchuapa y lleva carretas de bueyes y gente descalza al mercado, hasta la otra puerta, donde está el beneficio de café (el más grande del mundo),y las cinco residencias blancas tipo pastel de bodas de don Jaime y de sus hijos”.
Cuando chico había crecido ya algo, no tanto como hoy. en 2013, caminé parte de ella y ha cambiado (como toda la vida).
Viviendo lejos del pueblo en el que nacimos la nostalgia se va superando poco a poco, pero sin duda hay canciones que nos hacen recordar cosas bellas de la infancia.
Las tres mías son:
"Distancia", ese bellísimo poema escrito por Alberto Cortez;
"Pueblero de allá Ite", especialmente la versión del "Quinteto Tiempo";
"Mi pueblo natal" escrito por el maestro Jairo Varela e interpretado por su grupo "Niche" (Colombia). Cuando crucé el Lempa, entendí muchas cosas que antes solo imaginaba, conocí el trapiche en vivo, y una noche, debí viajar de pasajero, en moto, hasta San Miguel. Todos los pueblos que cruzamos estaban a oscuras, alumbrándose con "candelitas" (luces de espelma), era época de guerra y los "apagones de luz" y "paros al transporte púbico" comunes. Así era la guerra del otro lado del Lempa.
Sin duda, los acuerdos de paz fueron un logro de la gente que sufrió la guerra, que fue real.
Pues bien, esas son mis tres canciones, que reviven la nostalgia en el pueblo en el que viví mi infancia y adolescencia.
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