domingo, 21 de julio de 2013
Hoy caminé Santa Ana
Hoy caminé Santa Ana.
Hoy caminé parte de Santa Ana.
De la casa de mis padres hasta la tercera avenida sur y sobre ella, camino hacia el norte hasta la esquina con la 9ª. Calle Oriente, justo donde alguna vez hubo una farmacia llamada Binder, giro a la derecha hacia el oriente y camino hasta el Templo Adventista donde más de alguna vez asistió mi abuela materna, la señora que al morir se llevó toda su sabiduría porque yo no fui capaz de aprender más de ella.
“Artemarmol” donde me gustaba quedarme viendo los trabajos que hacían, sigue allí, y enfrente el Parque Anita Alvarado, ya no hay televisión como cuando yo era chico. Lo cruce y veo en su piso pintadas señales de tránsito, imagino que quienes juegan con bicicletas van aprendiendo como conducirse correctamente por la calle, ojalá. Si así fuera no necesitaríamos un FONAT. Al Parque le falta la banca en la que me senté el día que me expulsaron de la “Dr. David J. Guzmán” porque no acepté que un profesor me faltara al respeto y le respondí, ya traía el ADN de meterme en problemas. Allí pensé por horas, como le explicaría a mi madre que me habían expulsado… ¿Qué solución puede darle a algo así un chico de 12 años?
Camino sobre la séptima calle y llego hasta la esquina donde Estuvo la Dr. David J. Guzmán, veo que el portón lo han hecho metálico y veo un timbre en la puerta por la que entraban los tardistas, donde el profesor Velásquez los esperaba con un sonoro coscorrón. He tenido intención de tocarlo, de pedir que me dejen ingresar, de sentarme un rato en el patio y a lo mejor aún está el solitario amate que reinando al centro del patio, le servía a don David Pineda (el director), para evidenciar cómo no debíamos tratar a la naturaleza. Pero “la madurez” lo evita. Busco la peluquería de don Julio, la “Peñate”, pero no está en servicio donde le vi la última vez, frente a la escuela. Me detengo en la esquina y el Bier Local ya no existe, veo la casa de Melvin y me pregunto si aún vivirá allí. Pero la melancolía ha ingresado en el ánimo y prefiero seguir recordando en solitario.
Camino sobre la calle que finaliza en la entrada principal del Hospital San Juan de Dios, y veo funerarias, y muchas clínicas de médicos y médicas. Prefiero no llegar hasta allá y mejor tomo la 7ª. Calle y camino hacia el poniente, me detengo frente al cañón. Al frente la casa que fuera la Barbería Mundial de don Fredy (no recuerdo el apellido), pero ya no está, hoy es otro negocio. Sigo y cruzo a la casa en la que estuvo la Academia “Royal”, donde Katy me enseñó a escribir sin ver el teclado. Al frente, ya no está el Regis, existe otro restaurante y sorpresa el “Gimnasio Gran Neffer” o al menos un rótulo indicando su existencia. Llego hasta la diagonal. Desde el cañón hasta la diagonal, sobre ella y sobre la 7ma. Repleto de buses de turistas de otras ciudades.
Los Apartamentos “El Tesoro” siguen allí, ya sin la tienda de los Esquivel en la esquina, ya no está más parado en la esquina el gran Nelson, que recomendaba ser pacientes y estudiosos para “no decepcionarse porque esto es un proceso”. Al frente el mesón que le llamábamos “La Roca” porque es lo que más abundaba en sus paredes y en la entrada, hoy solo quedan la rocas que sobresalen de sus paredes.
El local que tuvo la Barbería “Peñate” hoy está cerrado, parece una casa privada y me impresiona que donde estuvo la Escuela de Niñas “José Valdés” hoy es un edificio de la Universidad Modular Abierta. Más buses de turistas y en la esquina con la tercera avenida, debo decidir si sigo hacia la iglesia El Carmen o cruzo hacia la derecha.
Decido hacia la derecha los buses visitantes y los turistas se multiplican a medida avanzo hacia el centro. El viejo caserón donde vivimos y fuimos vecinos con Carlitos Yan, ahora es una clínica del corazón, la casa del frente es hoy una dependencia de Centros Penales. En la esquina ya no está más “Archie” con sus ventas de revistas, paquines. Archie que siempre vestía Jeans y una sonrisa en el rostro, que era fotógrafo de grandes eventos sociales, a quien nunca le supe el nombre, todos le conocían así. Más adelante el local donde alguna vez fue el “cuartel” departamental de la Unión Nacional Opositora, desde donde Ricardo salió, en un carro aquel día de gran alegría, para anunciar que el “Pueblo le ha dado una reculada a los militares, el Ingeniero José Napoleón Duarte es presidente de la República”, y todos salimos a la calle a celebrar, a saludar el carro que iba de aquí para allá por las calles anunciando el fin de la dictadura militar. Entonces todavía pensábamos que era posible llegar al gobierno por elecciones, ignorábamos que la dictadura tenía ya escrita el siguiente capítulo de esa historia. Hoy, la casona igual, con otro color de pintura y con una floristería creo.
Pensando en estos recuerdos no me fijo si está la Farmacia Central, me fui de paso y llego hasta la esquina siguiente, había un negocio de toma de fotos allí famoso, pero ya no está y no recuerdo ni el nombre de ella. Llego hasta la esquina del Cine Novedades, que hoy es una iglesia evangélica imagino, repleta de concurrentes, que llegan en buses o por su propio pie. Por cierto en este recorrido me sorprendió ver cuántas iglesias evangélicas existen hoy. Algunas cuadras tienen hasta dos. Sin duda la crisis aumenta la fe (y el negocio de más de alguno).
Veo una pancarta que informa que la Feria del Libro y del dulce está en el ex cine Principal y trato de llegar pero está cerrado, a lo mejor las 10 a.m. es aun temprano. Por tanto sigo hasta el parque libertad, imposible caminar hacia catedral, un mar de visitantes lo impide, por lo que decido cruzarme el parque libertad, y me detengo esquina opuesta al Casino, Catedral esta blanca (recién pintada me parece) y el teatro nacional también se ve limpio. Pienso que debo evitar la lluvia en caso llueva por la tarde y debo regresar a San Salvador.
Decido subir por la Avenida Independencia hacia el Sur y al pasar frente a la Alcaldía me dejo llevar por el mar de gente que ingresa a ella, no se que hay, simplemente sigo el rio de gente y encuentro una mini exposición de libros y venta de artesanía y dulce. El calor ahoga, me doy cuenta cuando siento la brisa justo cuando paso frente al portón que da a la segunda avenida y decido salir. Llego a la Calle Libertad y camino hacia la avenida independencia de nuevo, pero debo detenerme… Solo para asegurarme y efectivamente, la puerta que era la entrada a la biblioteca municipal que tanta sabiduría tenía en esa pequeña ciudad que era cuando yo era un chico no existe!!! ¡¡¡No está!!!, ha sido cerrada ¿Acaso ya no existe la biblioteca?
Subo sobre la Avenida Independencia y entre tanto turista, me doy cuenta que soy uno más. Que hace tanto tiempo que fui niño, que hace tanto tiempo que con mi hermano jugábamos futbol en todas las calles por las que andábamos, las porterías eran esas señas verticales que estaban en las cunetas y la pelota una “corcholata” de gaseosa. Corríamos, luego unas dos cuadras adelante nos deteníamos, y un partido a quien diera el primer gol, de nuevo dos o tres cuadras corridas y un nuevo partido. Las bolsas siempre estaban llenas de “corcholatas”. Las calles no estaban tan llenas de vehículos. Veo hacia el piso y me doy cuenta que el andén tiene el mismo ladrillo, y pienso que son esos mismos ladrillos que vieron los zapatos rotos a veces, que vieron mi prisa hacia el Instituto, hacia el trabajo, muchos de ellos recibieron gotas del sudor de miedo, esos mismos, ladrillos ahora más dañados, rotos, pero muchos integros, nítidos. No se a que horas pasé por la “Juan J. Jaime”, ya no hay más que hacer, solo salir de Santa Ana, de esa Santa Ana de hoy, tan cambiada de lo que conocía, salir como lo que soy hoy, un extraño más, un turista más.
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