martes, 13 de mayo de 2014

Tocumén



Cinco horas de vuelo por delante. Debemos consumir las cinco horas previas a ese vuelo, en este aeropuerto, la primera idea es recorrerlo de punta a punta, como la canción de Torres, pero este aeropuerto no es mujer, es un armatoste lleno de ruidos, luces, ventas, es un mercado cerrado, exclusivo para quienes como yo, están obligados a permanecer en él o bien por quienes, van de paso entre un avión y la ciudad de Panamá.

Recorrerlo una vez, dos tal vez, es grande, mucho más grande que Comalapa en El Salvador. Tiendas con cualquier clase de producto de marcas que uno ha visto en revistas, televisión. Un bellísimo automóvil Audi de exhibición (al menos no tiene colgado el precio) debe costar mucho dinero.

El cansancio genera una mejor idea: sentarse y ver pasar a la gente, es más entretenida. Por el pasillo frente a mi circula toda clase de seres humanos, hombres, mujeres, niños, viejos, jóvenes, gordos, altos, bajos, flacos, con bigotes extraños, con pelos de todos colores y formas. Familias completas. Personas que caminan con paso normal, algunos con paso cansados, otros de prisa, casi corriendo. Un agente de seguridad, un trabajador de limpieza, uno más, una mujer colega de los dos anteriores....

Aburrido, ver las maletas será lo mejor. Igual que los seres humanos, de todos colores, de todos tamaños, con dos ruedas, con cuatro, que se pueden halar, que se llevan al lado de uno como a un perrito faldero; indudablemente las mochilas son más cómodas y caigo en cuenta que frente a mí, existe una sala de espera VIP, una sala exclusiva para viajeros frecuentes de IBERIA (la línea española), Dinner´s Club (la exclusiva tarjeta de crédito) y no recuerdo cuántos exclusivos programas más. No me interesa saber más de eso y empiezo a caminar nuevamente.

Ahora me fijo en los sillones de espera, en las salas repletas de gente, salas alfombradas que sirven (pisos y sillones) de cómodos colchones para viajeros cansados, esperando alguna conexión, a lo mejor con menos horas descansadas que las pocas que llevo a cuestas. Sin calzado, tirados con la mochila o el bolso de mano como almohada, con bolsas y maletas a un lado. A lo mejor vigilados por algún acompañante. Niños que desesperados inventan juegos variados. Padres previsores que han llevado toda clase de juguetes para entreterles. Una abuela que con cuatro niños se sientan en el medio de un pasillo desolado para jugar con ellos no se que juego en Inglés. Los chicos sonrían, rían abiertamente sin perder la mirada del rostro de la abuela, olvidan el lugar, ignorando a la gente, metidos en su mundo. Abuela inteligente, ninguno de los cuatro pequeños lloran o se inquietan... siguen atentos a la líder del juego. Están en su mundo, tan de ellos que es incómodo permanecer cerca, romper esa magia...

Un mundo de gente que camina de un lado a otro, que raramente dirige su voz a otro de los que le cruzan en el camino, acaso para consultar donde esta la puerta 8A o la 12, nada más. Tanta gente, tan separada, cada quien corriendo para seguir su vida dentro de un avión.

Precios que hacen entender porqué los pobres no pueden viajar en avión y sobrevivir en aeropuertos, esperando tanto tiempo por una conexión, sin los 30 dólares que dicen cuesta salir del aeropuerto para visitar un centro comercial enorme de precios baratos a solo unos minutos de ese mundo de apresurados y cansados seres humanos.

Eso es Tocumen, el Aeropuerto Internacional de Panamá, eso fue para mí, las horas que en él esperé.


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