martes, 6 de agosto de 2019

El Bachillerato III



El bachillerato fueron tres muy felices para mí, la guerra todavía se veía como una posibilidad, no una realidad, había esperanza de que la cosa cambiara y recuerdo, todo revuelto, no por años, sino como eventos que se fueron dando, punto.

Trabajé (por única vez) madera, hice una mesa con un águila y tres patas que eran águilas levantando vuelo, el animal mascota del instituto. Eso pasó en primer año. Había una maestra de arte por la tarde (Salguero era su apellido) y ella era loca arte, te enseñaba, baile español, pintura y labrado de madera.

Fui parte del Club de Radio en la Casa de la Cultura, todos los domingos a las 7:00 p.m. Radio “Tecana” nos daba media hora para un programa. Eramos varios (Fito, Yolanda, Elvira…). En la misma Casa de la Cultura, en compañía de César, integramos el Club de periodismo y elaboramos unos dos números de una revista y se acabó.

Me enamoré de la literatura gracias a doña Lucy, mi maestra de Letras, empecé a leer con mayor orden, incluso seleccionaba lecturas y aproveché para leer la mayoría de clásicos.

Cambié el concepto que tenía de las ciencias sociales, no eran para “huevones”, tenían su dificultad y su excelente aporte al desarrollo de los países.

Conocí lo que fue el mejor equipo de maestros (en conjunto) de la más alta calidad. He encontrado excelentes maestros en el tecnológico, en las universidades en las que estuve matriculado, en diplomados, maestría, pero nunca así, un grupo completo, como en el instituto, todos (excepto uno o dos) eran excelentes, te enamoraban de su materia, te hacían pensar, te retaban a usar el cerebro. ¿Qué será de todos ellos?

Descubrí que había laboratorios de Biología, no sólo de Química y Física.

Me pelee una vez con quien llegaríamos a ser grandes amigos: Menjívar ¿Qué se habrá hecho este loco?, un cuate buena onda que me hizo, en primer año, una broma que no me gustó (como que era jugador de futbol playa panameño) y terminamos rebotando sobre los pupitres (menos mal que los dos eramos maletas para pelear), hasta que un maestro nos llegó a separar y nos sancionó.

Conocí a grandes jóvenes mujeres que buscaban formarse y sobresalir en la vida, desde lo académico, peleando contra una sociedad machista, sin poses feministas o militantes, simplemente peleando el día a día por mantenerse dentro del instituto con su trabajo, con su dedicación y calidad humana: Margarita, Clari, Edith, Dina (la china), Yolanda… Tantos rostros queridos que no recuerdo nombres, me disculpo por ello y es que durante un tiempo fue necesario olvidar nombres y más… hoy lamento esto, pero veo sus rostros, una morena colocha muy bella, la niña Padilla, Elizabeth (ya van llegando más nombres), María Elena, para todas ellas espero que la vida haya sido abundante en oportunidades y que hayan sido bendecidas grandemente, lo merecían.

También hubo muchos varones, pero es que de la mayoría solo recuerdo apodos y a estas alturas, ya no hacen gracia. Pero igual, que sus vidas haya sido una escalera completa hacia la felicidad.

Medio aprendí a jugar ajedrez, en casa de Manuel (hoy médico) con Rosales (¿Qué habrá sido de él?) y el otro Manuel (que hoy está en Estados Unidos).

Conocí el diálogo que todo estudiante del INSA conocía en aquella época acerca del mural en el que Matías Delgado tiene la mano en el saludo fascista, pero no era política, ese diálogo era más bien altamente mundano, grosero, vulgar.

Participé en mi primera manifestación, asistí a mi primer paro estudiantil y al primer concierto de música subversiva.

Asistí más de una vez al Centro Universitario de Occidente (hoy Facultad Multidisciplinaria de Occidente), ya lo conocía de noveno grado cuando nos permitieron asistir al “primer seminario de recuperación docente” (creo que era su nombre) tuve oportunidad de leer un escrito de Licda. Mélida Anaya Montes: “El carácter clasista de la educación en El Salvador” (si mal no recuerdo ese era su título).

Me hice vago, llegaba a media noche a casa de mis padres. Algunas veces por andar tocando música o más acompañando a Oscar, otras veces por visitar a Paty, otras simplemente porque nos quedábamos en algún parque hablando con los bolitos u otros vagos, otros eran actividades políticas. Conocí el inmenso amor de mis padres que buscaban orientarme en ordenar mi vida pero ya iba tomando camino propio.

Conocí la alta lealtad de mi hermano. Debo tanto a mis padres, hermano y hermanas, pero especialmente a mi hermano, gracias a ellos sin duda estoy vivo aún.

Soñé que cantaría con César en el Malecón de La Habana, “Guantanamera”, estaríamos ebrios con ron cubano, porque él estaría becado en Cuba seguramente estudiando medicina y yo viajaría de la URSS (Q.E.P.D) porque estaría becado estudiando ingeniería, lo visitaría. Eso sería luego que la dictadura hubiera sido derrotada… Demás está decir que fue un sueño no realizado porque la vida nos llevó por otros rumbos.

Hubo mucho más, fue una época de intenso aprendizaje en lo académico, en lo social, en lo político, pero estos son los primeros recuerdos que acuden a mi memoria…

Y allí terminó mi bachillerato.

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