A ti quien te nombró juez de la historia de hombres y mujeres sin conocerlos. Llegaste al puesto que ocupas por el momento amparado en tu “amistad”, porque sin él no eras nada. Un ladrón más buscando su oportunidad, un banquero del mejor linaje, sin lástima de empobrecer a los pobres. Llegaste y te rodeaste de militares para vigilar a los “opositores”, militares que antes torturaban y asesinaban, ahora eran tus amigos, tus protectores, tu seguridad, los que permitirían que tu complejo de gente importante se sintiera bien… y claro entonces podrían vigilar a quienes laboraban en la institución, porque para ti todos eran opositores, que mejor prueba que haber laborado para el gobierno anterior (al que antes apoyabas por cierto)… Y empezaste a calificarlos…
Pobre pendejo, si supieras que mientras tu abusabas de la inocencia en la finca de tu padre o estudiabas tus profesiones tan abundantes y variadas dentro y fuera del país, aquí sudábamos helado, agazapados, con las manos repletas de molotov y nuestro miedo, porque eso era lo único que teníamos en las manos, en la mente teníamos la convicción de lo correcto, la seguridad de que valía la pena el sudor helado en la espalda, la dormida con un ojo abierto, la eterna tensión de caminar en la calle “ojo al Cristo” con los polarizados y los que caminaban cerca de nosotros por más de dos cuadras… Y mientras tu disfrutabas la riqueza generada con el sudor de los explotados, nosotros nos rebuscábamos y perdíamos amigos y hermanos, esa es nuestra historia… Ahora ya la sabes y no te tenemos miedo…
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