domingo, 9 de febrero de 2020
Sesenta años
Revisar nuestra vida, cuando se tienen 60 años, es difícil, al menos para mí; menos mal, hace ya buen rato aprendí a perdonarme... no fue fácil, nunca es fácil perdonarse, sobre todo cuando te tocó un país violento y pobre como El Salvador.
Mi infancia, con muchas limitaciones económicas, fue sobrada en amor y ejemplos de lealtad, honestidad, trabaja arduo y, mucha felicidad. La inteligencia y el enorme esfuerzo físico de mis padres, cubrieron las carencias con gran creatividad.
¿Qué me llevó entonces a meterme en problemas, a soñar con cambiar las cosas, con cambiar el país, con cambiar la dolorosa realidad que me rodeaba?, tenía claro que solamente la educación nos rescataría de la pobreza, nos lo enseñaron-insistieron tanto en el hogar paterno, allí aprendimos que el dinero público se respeta, que la política es asquerosa y propia de haraganes. Pero también aprendimos solidaridad, justicia social, derechos humanos, estaban los dos pilares de ese hogar con una ética católica cristiana verdadera enseñándolo.
Según mis padres, la única forma de vivir en paz contigo mismo, era asegurar que cada centavo que ganás, lo hagas honradamente, sin bloquear, ni envidiar, sin hacer daño, engañar o robar.
Pero ese impulso que siempre nos dieron por aprender, por leer constantemente, me llevó a entender que era necesario cambiar la realidad… el método que seguí, lo escogí empujado por la (in)madurez propia de la adolescencia. Si hubiera escuchado con atención a Oscar Arnulfo Romero, sin duda habría utilizado uno diferente.
Poco a poco he casi logrado reconstruido al ser humano, que no es el que soñaron mis padres, pero se acerca bastante. Me he reconciliado con la vida, las gentes y sobre todo, conmigo mismo. Largo camino empedrado con las oraciones de mi madre, de mi padre, la paciencia de Juani, el angel que un buen día Dios me regaló. Juanita… una maestra de educación física adaptada (para niños con necesidades especiales) que me reeducó, que me tuvo paciencia y amor, tanto amor, que me regaló dos hijos que me retan cada día para ser simplemente un ser humano. Largo camino para todos. A medida me iba perdonando, logré comunicarme de nuevo con todos mis hermanos y hermanas, camaradas de sueños, los más cercanos, los que perdí de vista hace años. He podido reencontrarme con algunas personas a las que he pedido perdón, en aquel momento no eramos conscientes de los impactos en las vidas de quienes nos rodearon. Por eso me conmovió tanto “María” combatiente de la RN, pidiendo perdón a sus benefactores en el documental “La batalla del Volcán”, porque ese momento sale de lo hondo del corazón, es un momento sagrado en el que limpias pasado, culpa, dolor… Nos tocó vivir una época que, como canta Manuel García (chileno), era “Difícil tratar de decir, si no” era “con la manos gritando en los muros”, éramos jóvenes desesperados, inmaduros, hartos de la injusticia… y que, como alguna vez declaró Pepe Mujica (uruguayo), en aquellos años, no conocíamos lo que hoy conocemos en las ciencias de la conducta. Tanto ha cambiado... tanto hemos cambiado.
La injusticia, la pobreza, sigue doliendo. Pero ahora controlamos más los impulsos (cosas que aprendimos) y somos conscientes de que nosotros mismos podemos ser cambio activo… Ya dejé de creer en milagros, porque el hombre nuevo sos vos mismo, no se construye en una academia filosófica, lo hace la vida, la enseñanza, las experiencias, el dolor, la frustración, todo eso que hace tu historia personal, y ese hombre sos vos, o no es nadie.
Sesenta años, son muchos, nunca pensé que pasaría de los 20, pero aquí sigo. La muerte ronda cada día más cerca, los amigos y compañeros se van definitivamente, poco a poco, dejando nostalgia, dolor… Igual que siempre, mientras hay vida, hay obligación de vivir. Aun hay tiempo, solo Dios sabe cuánto más, pero aun hay tiempo para reflexionar y para construir… los años, la vida, el amor...
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